El juego como elemento primordial en la vida de los niños es tan antiguo como nuestra propia civilización. Hace más de dos mil años un maestro de retórica latina de nombre Quintiliano, declaraba que “el estudio sea para el niño un juego”. En una publicación mucho más reciente, titulada: “El niño y el juego, planteamientos teóricos y aplicaciones pedagógicas”, la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) manifiesta que:

“Los juegos pueden proporcionar verdaderamente a la práctica pedagógica, mucho más allá de la escuela de párvulos, un medio de estimular la creatividad, y la psicología moderna ha puesto de relieve la influencia de los comportamientos y de los objetos Iúdicos, modelados evidentemente por el entorno cultural y social, sobre el desarrollo de la personalidad”.

Según la Doctora Kathy Hirsh-Pasek, PhD de la Universidad de Pennsylvania: “Los niños aprenden mejor en ambientes lúdicos, a través de juegos guiados, con contenidos apropiados”. Incluso grandes empresas de innovación y tecnología como Google, han incorporado éste principio en su cultura organizacional.

Hoy en día, el dilema al que se enfrentan muchos docentes es qué hacer frente a un currículo con una fuerte carga de conocimiento y un contexto que reconoce las habilidades “duras” cómo superiores frente a las mal llamadas habilidades “blandas”. Las denominadas habilidades duras son todos los conocimientos académicos formales que integran el currículo, mientras que las habilidades blandas tienen que ver con la forma en la que exteriorizamos esas aptitudes, es decir, la actitud, la ética, los valores, la inteligencia emocional, entre otras.

Quién en su sano juicio diría hoy que trabajar en equipo es menos importante que la rapidez de cálculo, que comunicar una idea de manera efectiva es menos importante que realizar una ecuación diferencial o que la creatividad es opcional frente al dominio de un lenguaje de programación. En el contexto actual todas estas habilidades son igualmente importantes y en muchos casos, las mal llamadas “blandas” son las que definen el éxito o no de un proyecto, idea o de una relación.

Ahora bien, sabemos cómo maestros, que muchas veces estos aspectos tan importantes para lograr una vida en equilibrio, ser felices y relacionarnos de manera armónica con los demás, son dejados de lado; probablamente y aquí me atrevo a citar a Rudolf Steiner, creador de la pedagogía Waldorf, cuando dijo sabiamente: “sólo puedes transmitirle al niño aquello que el maestro ya conquistó en sí mismo”.

De acuerdo a una publicación en el sitio web Educar Chile, en año 1981 los niños norteamericanos usaban el 40% de su tiempo para jugar en las aulas, mientras que en el año 1997 el New York Times informaba que dicha cifra había decaído un 25% y para el 2002, diminuyó a la alarmante cifra de un 9%. ¿Es esto un avance o retroceso educativo? ¿Es un buena aproximación seguir sacrificando el tiempo de juego en el aula en pro de actividades curriculares mas formales?. En todo caso, ¿cuánto es el tiempo de juego recomendado para un niño?